Caían los
copos de nieve lentamente a través del cristal de la ventana del salón.
Absorto, pegaba mi mejilla al frío cristal, y me dejaba llevar por la magia del
bamboleo de aquellos puntitos blancos, que cobraban vida propia y susurraban a
mi oído que ya había llegado la tan ansiada navidad.
Época favorita
para muchos, donde todo era bello y mágico. Los villancicos sonaban por
doquier, violines, trompetas, panderetas, cualquier sonido provocaba que la
gente empezase a cantar «Los peces en el río» o «Navidad, dulce navidad». Todo
era perfecto, las caras sonreían siempre, los corazones solo daban cariño al prójimo
y yo... Yo disfrutaba de verdad en aquellos tiempos tan felices donde no quería
que nada cambiase, pero como todo, terminó por cambiar.
Recuerdo la
ilusión que me hacía montar el árbol con mi madre, siempre regañándome por
hacer alguna trastada con los adornos, como jugar al fútbol dentro del salón
con las brillantes esferas que a uno lo hipnotizaban, o volar la estrella con
las manos como si de un cometa se tratase.
A media tarde,
la casa se convertía en un hormiguero de gente preparando la cena. Los turrones
iban de aquí para allá, el estofado comenzaba a expulsar su característico
olor, las camas se cubrían de ropa intentando desvelar el mejor conjunto para
llevar esa noche, y los más pequeños seguíamos ajenos a todo con cualquier
juguete para ser entretenidos y no molestar a los mayores en tan ajetreada
jornada, y cuando dábamos algo de guerra a algún mayor, nos daban un trocito de
turrón y nos mandaban de vuelta a jugar.
El calor del
hogar se hacía más patente cuando la casa estaba llena con familiares venidos
de todos los rincones. Eran especiales esos días donde se respiraba la
humildad, la ternura, y la magia de unos tiempos tan afables.
A veces, si
había nevado lo suficiente, alguien me vestía con las ropas más gruesas que
había visto jamás. Me cubrían todo el cuerpo, excepto un trocito de rostro para
poder ver a mi alrededor. Más bien veía sólo al frente, ya que en mi visión
periférica solo podía ver el pelo que rodeaba la capucha que llevaba puesta.
Salíamos entonces a la calle, donde los vecinos me esperaban haciendo grandes
bolas de nieve con destino a las chaquetas de los demás, o por el contrario
tendrían el destino de construir un muñeco de nieve mayor que el de la calle de
al lado.
Otro momento
especial de la navidad, era cuando nos sentábamos a la mesa, repleta de
entrantes que picotear, mientras los adultos tomaban alguna copa y los más
pequeños refrescos de cola. La cena comenzaba, y con ella las risas, gracias,
bromas, y demás menesteres típicos de tan señalada fecha. Poco después se
servía el estofado que a duras penas entraba ya por el gaznate, aún así, la
fiesta continuaba con tus seres queridos, y algún especial en la televisión. El
paso siguiente consistía en comer doce uvas, gordas y relucientemente verde
claro, casi tranparente. Una vez consumidas estallaban los gritos, las
felicitaciones, el jolgorio y la algarabía, unidos a unas copas de sidra, champan, o agua, dependiendo de la edad del
consumidor.
Cuando ya
había pasado el cénit de la fiesta, y la mesa estaba recogida, se servían algunos
dulces y bebidas, para acompañar a los juegos de mesa que a continuación
ocuparían el resto de la velada, hasta unas horas más tarde en que ésta
terminara.
Mi inocencia
no conocía límites, veía el mundo en una imagen congelada como en un fotograma
de una película que da pie a su fin. Solo tenía que meterme en la cama y
esperar el amanecer para recoger mis regalos situados bajo el abeto y que
alguno de mis hermanos o hermanas mayores jugara conmigo todo el día, sin más
preocupación que la de hacer que la jornada no terminara, y así pasaban los
días hasta la tan temida vuelta al cole.
Pero los
caprichos de lineal tiempo hacen que los años pasen, y no en balde, te hacen
crecer, comprender las cosas que con tanta magia veías de pequeño, y los tiempo
se vuelven grises y tristes cuando alguien falta a la mesa. Las ilusiones hace
tiempo desaparecieron, y cuando se sonríe, no se hace con la misma sinceridad
con la que se hacía antaño. Algo dentro de tu corazón se ha roto, un pedacito
de ti está en paradero desconocido y no sabes cómo volver a encajarlo en su
sitio.
Las nuevas
generaciones están aquí, consiguiendo que tu ilusión vuelva a crecer, aún a
sabiendas de que ya nada volverá a ser igual. Las grandes empresas bombardean
los medios con publicidad abusiva fomentando el consumismo, la mayoría de la
gente ha perdido la visión del amor en el prójimo y ve sólo su propio interés.
Las reuniones familiares ya no se viven con la misma intensidad, ya no nieva
como antes, los copos caen con prisa y de un color gris que deja clara la
presencia de la polución.
Se respira
falsedad por doquier, el egoísmo se ha abierto camino hacia nuestros corazones,
y lo que en un principio era una fiesta entrañable, se ha convertido en algo sórdido
y mezquino, pero aquí estoy yo, sacando sentires, pasiones y recuerdos de mi corazón,
intentando ver las cosas de otra manera, para que tú, que estás ahí, al otro
lado de estas líneas, vuelvas a ver la navidad como la fiesta familiar que
siempre fue, recordándote el cariño que has de dar, porque será la forma en que
volverá a ti.
No podemos
cambiar el pasado, pero si podemos construir un futuro igual de mágico que fue
el pasado, viviendo con ilusión cada instante, disfrutando de los familiares y
amigos que nos rodean, dando paso a las nuevas generaciones para que sigan
construyendo nuestro mundo.