Traductor

miércoles, 17 de diciembre de 2014

Navidad 3.0

Caían los copos de nieve lentamente a través del cristal de la ventana del salón. Absorto, pegaba mi mejilla al frío cristal, y me dejaba llevar por la magia del bamboleo de aquellos puntitos blancos, que cobraban vida propia y susurraban a mi oído que ya había llegado la tan ansiada navidad.

Época favorita para muchos, donde todo era bello y mágico. Los villancicos sonaban por doquier, violines, trompetas, panderetas, cualquier sonido provocaba que la gente empezase a cantar «Los peces en el río» o «Navidad, dulce navidad». Todo era perfecto, las caras sonreían siempre, los corazones solo daban cariño al prójimo y yo... Yo disfrutaba de verdad en aquellos tiempos tan felices donde no quería que nada cambiase, pero como todo, terminó por cambiar.

Recuerdo la ilusión que me hacía montar el árbol con mi madre, siempre regañándome por hacer alguna trastada con los adornos, como jugar al fútbol dentro del salón con las brillantes esferas que a uno lo hipnotizaban, o volar la estrella con las manos como si de un cometa se tratase.

A media tarde, la casa se convertía en un hormiguero de gente preparando la cena. Los turrones iban de aquí para allá, el estofado comenzaba a expulsar su característico olor, las camas se cubrían de ropa intentando desvelar el mejor conjunto para llevar esa noche, y los más pequeños seguíamos ajenos a todo con cualquier juguete para ser entretenidos y no molestar a los mayores en tan ajetreada jornada, y cuando dábamos algo de guerra a algún mayor, nos daban un trocito de turrón y nos mandaban de vuelta a jugar.

El calor del hogar se hacía más patente cuando la casa estaba llena con familiares venidos de todos los rincones. Eran especiales esos días donde se respiraba la humildad, la ternura, y la magia de unos tiempos tan afables.

A veces, si había nevado lo suficiente, alguien me vestía con las ropas más gruesas que había visto jamás. Me cubrían todo el cuerpo, excepto un trocito de rostro para poder ver a mi alrededor. Más bien veía sólo al frente, ya que en mi visión periférica solo podía ver el pelo que rodeaba la capucha que llevaba puesta. Salíamos entonces a la calle, donde los vecinos me esperaban haciendo grandes bolas de nieve con destino a las chaquetas de los demás, o por el contrario tendrían el destino de construir un muñeco de nieve mayor que el de la calle de al lado.

Otro momento especial de la navidad, era cuando nos sentábamos a la mesa, repleta de entrantes que picotear, mientras los adultos tomaban alguna copa y los más pequeños refrescos de cola. La cena comenzaba, y con ella las risas, gracias, bromas, y demás menesteres típicos de tan señalada fecha. Poco después se servía el estofado que a duras penas entraba ya por el gaznate, aún así, la fiesta continuaba con tus seres queridos, y algún especial en la televisión. El paso siguiente consistía en comer doce uvas, gordas y relucientemente verde claro, casi tranparente. Una vez consumidas estallaban los gritos, las felicitaciones, el jolgorio y la algarabía, unidos a unas copas de sidra,  champan, o agua, dependiendo de la edad del consumidor.

Cuando ya había pasado el cénit de la fiesta, y la mesa estaba recogida, se servían algunos dulces y bebidas, para acompañar a los juegos de mesa que a continuación ocuparían el resto de la velada, hasta unas horas más tarde en que ésta terminara.

Mi inocencia no conocía límites, veía el mundo en una imagen congelada como en un fotograma de una película que da pie a su fin. Solo tenía que meterme en la cama y esperar el amanecer para recoger mis regalos situados bajo el abeto y que alguno de mis hermanos o hermanas mayores jugara conmigo todo el día, sin más preocupación que la de hacer que la jornada no terminara, y así pasaban los días hasta la tan temida vuelta al cole.

Pero los caprichos de lineal tiempo hacen que los años pasen, y no en balde, te hacen crecer, comprender las cosas que con tanta magia veías de pequeño, y los tiempo se vuelven grises y tristes cuando alguien falta a la mesa. Las ilusiones hace tiempo desaparecieron, y cuando se sonríe, no se hace con la misma sinceridad con la que se hacía antaño. Algo dentro de tu corazón se ha roto, un pedacito de ti está en paradero desconocido y no sabes cómo volver a encajarlo en su sitio.

Las nuevas generaciones están aquí, consiguiendo que tu ilusión vuelva a crecer, aún a sabiendas de que ya nada volverá a ser igual. Las grandes empresas bombardean los medios con publicidad abusiva fomentando el consumismo, la mayoría de la gente ha perdido la visión del amor en el prójimo y ve sólo su propio interés. Las reuniones familiares ya no se viven con la misma intensidad, ya no nieva como antes, los copos caen con prisa y de un color gris que deja clara la presencia de la polución.

Se respira falsedad por doquier, el egoísmo se ha abierto camino hacia nuestros corazones, y lo que en un principio era una fiesta entrañable, se ha convertido en algo sórdido y mezquino, pero aquí estoy yo, sacando sentires, pasiones y recuerdos de mi corazón, intentando ver las cosas de otra manera, para que tú, que estás ahí, al otro lado de estas líneas, vuelvas a ver la navidad como la fiesta familiar que siempre fue, recordándote el cariño que has de dar, porque será la forma en que volverá a ti.

No podemos cambiar el pasado, pero si podemos construir un futuro igual de mágico que fue el pasado, viviendo con ilusión cada instante, disfrutando de los familiares y amigos que nos rodean, dando paso a las nuevas generaciones para que sigan construyendo nuestro mundo.

domingo, 26 de octubre de 2014

Angustia reprimida

Había quedado con mis amigos en "Snuffies", el bar de siempre, y caminaba por la acera mirando al suelo, viendo pasar cada cuadrito de cada baldosa, línea tras línea, pensamiento tras pensamiento, siendo algunos de estos tan triviales como que tal se daría la noche, quienes de mis amigos acudirían esta noche a la cita, o a que gente fuera del grupo me encontraría aquella fría, casi gélida noche.

De pronto, al pasar por una bocacalle, alguien me salió al paso, cosa que vería normal si por naturaleza no fuese tan desconfiado. No tenía motivos para temer nada de nadie, no debía nada a nadie, pero eso no quiere decir que no fuese un vulgar ratero intentando atracarme.

Sin dudarlo aceleré el paso, solo por si acaso, pero cuál fue mi sorpresa cuando escuché que el individuo que llevaba tras de mí también aceleró el paso, consiguiendo ir al mismo ritmo que yo, ni más, ni menos.

No quería mirar hacia atrás para que no se me notase la desesperación y la ansiedad que estaba empezando a experimentar. ¿De verdad me seguía?, y ¿que habría hecho yo para que alguien intentara atentar contra mí de esa manera? Lo único que tenía claro en ese momento es en echar a correr sin demora alguna.

Corrí cuanto pude como alma que lleva el diablo y sin mirar atrás, pero cuanto más empeño ponía, más fuertes escuchaba las zancadas del individuo que sin motivo aparente me perseguía, y si por lo menos hubiese alguien por esas calles desiertas gritaría pidiendo ayuda, pero parecía haberse tragado la tierra a todo ser humano.

Mi mente en esos momentos era un revoltijo de ideas que intentaban encontrar un solo motivo para dar lugar a tan absurda situación, hasta que decidí centrarme en un solo objetivo: Llegar al bar como fuese.

Tomaba atajos, saltaba bancos, trepaba vallas al más puro estilo "Assessins Creed" en sus endemoniadas huidas haciendo uso del "Parkour", con el corazón a mil por hora y la adrenalina rebosante por todos mis poros, y eso que mi buena forma física no tenía mucho que envidiar a los grandes atletas olímpicos, ya que mi trabajo diario consistía precisamente en instruir a otros en las artes de la vida sana, de 8:00 a 15:00 todos los días en el gimnasio que regentaba uno de mis mejores amigos y por supuesto jefe.

Que grande me parecía ahora la ciudad, o era un efecto óptico, o por el contrario era gigantesca de verdad. Parecía que no iba a llegar nunca, pero un par de cientos de pasos me separaban de la calle principal, donde se encontraba "Snuffies".

De pronto la gente comenzó a aparecer como de la nada, la noche se desvaneció y surgió un inmenso sol del horizonte, colmando de calor todo el entorno, los pájaros comenzaron a cantar sobre las ramas de los árboles, los carteles de los negocios locales y las farolas se apagaban al unísono, los vehículos circulaban como salidos de la nada y yo... ...allí estaba, inmóvil y expectante, observando que clase de brujería hacía surgir todo cuanto me rodeaba, haciendo de mi ciudad, una ciudad desconocida.

Justo después de la confusión inicial caí de rodillas y comencé a gritar pidiendo auxilio, implorando salvación, rogando que alguien me librase de aquel mal. De pronto, una mano enguantada se posó fuertemente sobre mi hombro izquierdo, haciéndome girar la cabeza y por ende, la vista atrás. Aquella sombra sostenía un gran cuchillo de carnicero, tan afilado que el filo brillaba como nunca había visto en ningún otro objeto cortante. El pánico me invadió, dejándome petrificado y haciendo la única cosa que podía hacer en ese momento: Rezar.

Cuando el encapuchado individuo alzó el brazo, supe con toda certeza que mi final era inminente, que sólo restaban unos segundos para el final de mi vida, y entonces recordé que, según dicen, cuando estás a punto de morir ves pasar ante ti toda tu vida como si de un film se tratara, pero mi mente no llegaba a comprender que eso no llegaba a suceder, y entonces ocurrió lo inevitable...


El asesino de mi persona bajó el brazo con tal brutalidad que hasta los pájaros de los alrededores enmudecieron, quedando toda la escena a mi alrededor congelada, y entonces... ...desperté.

jueves, 4 de septiembre de 2014

Vacaciones en el mar

Nuevamente mi vida dio un giro drástico. Mi ocupación laboral cesó casi súbitamente, sin apenas darme cuenta de la realidad en los quince días posteriores a la maldita carta mensajera.
Tragando saliva, he intentando ser consciente y consecuente, intenté asimilar todo aquella situación que se cernía sobre mí como un buitre sediento de mis despojos humanos en los que poco a poco habría de convertirme.
Ahora, más de un año después, sigo ocupado entre la búsqueda incansable de un oficio al que atenerme, y mantener la serenidad dentro de mi cabeza, la cual me hace flaco favor dándole tantas vueltas al inminente futuro que tan oscuro se refleja ante mi espejo.
Sigo luchando por vivir, como el náufrago que desesperado chapotea en el agua buscando unos segundos más de aire que respirar. Camino en busca de lingotes de oro en forma de puesto laboral, pero a mi paso las puertas y ventanas se cierran, y las que quedan abiertas encierran una intensa oscuridad, de la cual, uno no sabe si aventurarse, o echarse atrás.
El resto de la plebe que aún tiene suerte, sienten lástima por mí, y por otros tantos millones de ciudadanos más, que sin querer, sufren el mismo mal. Te aconsejan formación, mente clara y dispuesta para absorber los conocimientos que nos han de llevar al puesto anhelado.
Lo que no queremos ver es la áspera realidad, una realidad en la que no hay cabida para cerebros, pero si para ladrones desalmados y contaminados de hipocresía y desfachatez, que no buscan más que abastecer sus despensas de oro, con sangre y sudor de nuestros congéneres.
Avaricia descodificada a grandes rasgos por unos pocos simios inteligentes, que el puño que sujeta la daga del sacrificio toma por corderos inocuos e insípidos, sin ser conscientes de que estos corderos se cuentan por millones, pero puños opresores sólo hay uno.
Sin embargo, sigo sintiéndome perdido ante tal atroz e inhumano trato que mis paisanos y yo recibimos desde tan altas esferas. Pasan los días y no se enciende ninguna luz, no se abre ningún camino, y tampoco vemos más cambios que el que hacemos al hacer zapping para ver que todos los medios de comunicación están vendidos y no cuentan más que lo que los altos cargos quieren que oigamos y veamos.
Todo se va al garete, el futuro de desvanece sin dejar en el camino alubias mágicas, o por lo menos migas de pan que seguir hacia la salvación. ¿Cómo hemos de pasar nuestro tiempo para ganar dinero?, ¿nos dejamos caer en la anarquía y que sea lo que Dios quiera?. No veo justo que infravaloren nuestras mentes, que nos manipulen de esta manera, y que jueguen con nuestras vidas como si fuésemos peones de ajedrez.
Por el momento, no he conseguido encontrar una solución ante tan maquiavélico complot que este gobierno está llevando a cabo contra su propio pueblo, y es incierto el futuro que les espera a las nuevas generaciones.
Uno no sabe que decirle a sus hijos a la hora de aleccionarlos para que lleven una vida decente. ¿Estudia?, ¿haz carrera?, ¿busca un buen trabajo?...   ...¿Cómo se dicen esas cosas sin que te miren raro porque no les das ejemplo?
Uno se harta de ver cómo poco a poco van saliendo corruptelas reprimidas durante años y que, además, quedan impunes sus ejecutores, sin prisión, sin devolución, sin nada más que sus cruentas carcajadas vertidas sobre nuestras cabezas.
En definitiva, la solución es mucho más fácil de lo que nos imaginamos, basta con la unión de un pueblo reprimido y engañado, para que despierte de su ceguera y alce la voz, despojando de sus tronos a sus "tronistas" y recuperando una vida que por derecho es nuestra.

Toda esa gente que no para de absorber nuestra fuerza vital, ha de estar a nuestro servicio, y no al revés. Dejemos de ser su rebaño de ovejas, y comencemos a ser nuestra manada de lobos, porque de no ser así, acabaremos todos de vacaciones en el mar...

martes, 19 de agosto de 2014

Odisea instrumental


E
n mis ojos lucía aquella tenue luz que hacía sospechar a quien me conocía lo que sentía por aquella chica.

Esporádicamente mi corazón latía a un ritmo salvaje, pues no siempre conseguía reunir el valor suficiente para salir de casa e ir en su busca.

Ansiaba aquel momento en que sus labios pronunciaran mi nombre, haciéndome levantar de mi asiento, subir la mirada y cruzarme con el destello de sus ojos y la inmensa blancura de su sonrisa.

Por fin llegaba el día en que la vería, salí caminando lentamente de casa, sin prisas por llegar, pero ansioso por verla en un mágico momento que solo sucedía en mi mente.

Ya en el umbral, llamé a la puerta. Un sonido característico acompañó a la energía que impulsó la puerta al abrirse… Y entré…

Con un alegre “Buenos días” me recibió la recepcionista, pero no era mi recepcionista, no era quien yo quería ver. En un momento todo mi mundo se vino abajo, ya no tenía la luz de su mirada para guiarme, no tenía su brillante sonrisa para disfrutarla, ni el dulce tono de su voz para sosegar los bravos latidos de mi corazón.

Mi mente no aceptaba ese cambio inesperado, me sentía mal, estaba intranquilo, las piernas me temblaban, los dientes rechinaban dentro de mi boca, mis ojos miraban al frente sin ver nada más que la imagen que yo quería ver… La suya…

A punto estuve de levantarme e irme, ya que me hallaba en una espiral inconsciente de sentimientos enfrentados. Estaba allí por voluntad propia, por sanación más que nada, pero eso me daba igual, solo quería verla, saborear su grácil voz en un agradable festín de sentidos que recorrerían todo mi cuerpo, erizando el bello de mis brazos hasta límites insospechados.

En ese momento escuché un leve arrastrar de pies, y levantando mi cabeza súbitamente, pude comprobar que Lucia se hallaba saliendo de uno de los despachos.

Mis ojos volvieron a brillar, mi corazón más que nunca latía al frenético ritmo de un son de tambores africanos, fue entonces cuando me di cuenta de la suerte que tenía de contar con su presencia.

Nuevamente deleitó los más profundos deseos de mi mente con su voz. Acercándose a mí en la más estricta relación comercial de la que hacía gala.

Caminaba lentamente hacia aquella fría habitación, pintada de un azul de Prusia en un fallido intento de alegrar un mal trago. Yo me limitaba a escucharla y de reojo mirarla, para que intencionadamente nuestras miradas se cruzaran y saltase esa chispa que da la vida.

Una nueva batalla, una nueva derrota. Como al cordero que han mandado degollar me abandona en la puerta de aquel angosto lugar, y yo no puedo más que sonreír y tumbarme en el potro de tortura que durante los próximos minutos será mi desaliento y agonía.

Después de un largo rato (más de lo esperado, como casi siempre) me dejaron despegarme que aquel aparato infernal lleno de cables, trozos puntiagudos de metal, brazos robóticos y demás artilugios que tantos lloros han provocado a los infantes, y no tan infantes.

Caminé nuevamente por el gélido y minimalista pasillo, esta vez en dirección contraria, hacia el mostrador de recepción, esperando una nueva oportunidad de verla, ya que ahora no podría hacer mucho más con aquellos algodones dentro de la boca, símbolo inequívoco de una poco menos que dolorosa extracción.


Una vez llegado al destino, con mi mano derecha colocada sobre el moflete, me limité a recoger el pedazo de cartón rectangular en el que iba escrito la fecha de mi próxima oportunidad de hablar con ella. ¿Habría de esperar dos meses aún para el amor?

domingo, 3 de agosto de 2014

Nuestra tierra

Tan grande, tan inmensa... ...y al tiempo tan pequeña se transforma gracias al egoísmo humano.

Tenemos muchísimo espacio donde vivir, pero preferimos apelotonarnos en un minúsculo trozo de tierra, y matarnos por ella.

Qué lástima damos la raza humana, tan sabia e inteligente que en un "pis pas"  montamos guerras frías, solucionamos crisis mundiales a golpe de vaso en la barra de cualquier bar, y sobre todo, sabemos más que nadie en cuanto aprendemos a sumar dos y dos sin que nos salgan decimales.

En cien años se acabarán nuestras penas, pero seguirán las de nuestros hijos y nuestros nietos, y yo me pregunto:
¿De verdad que no vale la pena luchar por ser mejor persona y dejar un mejor legado para nuestra futura estirpe?
No creo que la solución sea destrozarlo todo y que los que vengan que se apañen como puedan.

A diario veo las noticias, las cuales no cambian en absoluto, no pasan de asesinatos en masa, robos a gran escala, y una (cada vez más en aumento) oleada de desastres naturales debidos seguramente al calentamiento global, y mis ojos aguados apenan a mi corazón al ver tanta destrucción.

Y es que poco a poco, la desolación nos está ganando terreno, a pesar de las nuevas tecnologías, que supuestamente nos facilitan la vida, cuando lo único que están haciendo en individualizar al ser humano, sumiéndonos en un pozo de oscura amargura de la que es muy difícil salir.

Estamos confundidos cuando la llamamos "Nuestra tierra", porque no es nuestra, nosotros pertenecemos a ella, y en todo caso somos nosotros los que estamos a su servicio, pero una vez más volvemos al egoísmo humano, haciendo que todo nuestro entorno (incluido el aire) pase a ser automáticamente nuestro.

Así pues, supongo que a lo que llamamos cadena evolutiva, simplemente es un error de la evolución al dotarnos de un supuesto cerebro inteligente, ya que lo que hemos hecho sólo ha sido involucionar.

Deberíamos dejar de preocuparnos tanto por los bienes materiales y demás trivialidades que nos hacen perder la cabeza, y no nos dejan ver más allá de nuestras propias narices.

lunes, 12 de mayo de 2014

El canto de los gorriones

Los gorriones silbaban sus canticos al calor del comienzo del verano, la gente se apelotonaba en las terrazas de los bares pidiendo una cerveza más.

Una chica morena pasó a mi lado, contoneando sensualmente sus caderas, esbozando una leve sonrisa, junto a una caída de ojos que cautivó mis sentidos.

En un delicado movimiento apartó un mechón de cabello de su bello rostro, iluminando con sus castaños ojos claros cada paso dado, por unas largas y bien definidas piernas terminadas en diez centímetros de tacón.

Mi cabeza comenzó a girar al tempo del sonido de sus tacones, la respiración agitada aumentó mi libidinosa imaginación, dando paso a eróticos sueños concentrados en un perfume embriagador e inconfundible.

¿Me conformaría una vez más sin decir nada?, ¿Volvería a dejar pasar nuevamente una oportunidad así?

Súbitamente, sin pensarlo, levanté todo el peso de mi cuerpo de la metálica silla de jardín donde me hallaba sentado.

Corrí unos pasos para darle alcance, y posando suavemente mi mano sobre su hombro logré girarla y llamar su atención ya perdida unos pasos más atrás.

¿Puedo invitarla a un café señorita? Conseguí esgrimir entre tartamudeos espasmódicos e inseguridades sociales.

Ella sonrió, miró hacia arriba por un momento, pensativa… …Y me obsequió con uno de los mejores regalos que en ese instante podía proporcionarme:

Su aterciopelada y firme voz, con gran acento extranjero resonó en mi cabeza con un estruendoso: ¡Claro!, Podría ser divertido.

Retrocedimos entonces los metros que nos separaban de la terraza donde tranquilamente me hallaba hasta percatarme de su presencia momentos antes.

Retiré una silla, cediéndole mi propio asiento, como todo buen caballero, y el siguiente puñado de horas se esfumó, se desvaneció en el aire como si el tiempo se hubiera detenido, como si no existiera nada más que nosotros dos en un espacio infinito.

Rompimos el hielo rápidamente. Un abanico bastante amplio de temas que fuimos recorriendo nos permitió capturar, el uno la esencia del otro. Su acento pronunciado, me fascinaba más y más a cada momento.

Cuando quisimos darnos cuenta, ya había anochecido.

Es muy tarde, y aún me quedan cosas que hacer, musitó Sheila.

Llegó la hora de la despedida, pero ninguno de los dos quería marcharse. Tuvimos que hacer un poder por levantarnos, y otro aún mayor por despedirnos.

¿Te volveré a ver? Resbalaron las palabras entre mis labios.

Posiblemente Adrián, posiblemente…

Pasaron los días, yo no paraba de repetir esas palabras en mi mente, como si con ello pudiera conseguir materializarla ante mí, pero no fue así.

Con el tiempo logré olvidar a esa fantástica mujer que me hizo soñar con ella noche tras noche.

Aquella tarde, meses después, tomaba una gran taza de café, sumido en la lectura de mi diario favorito, mientras me cobijaba a la sombra de una gran palmera artificial.

El café humeaba, las páginas del diario bailaban al son del viento haciendo difícil la lectura, y mis gafas se resbalaban a cada momento, obligándome a recolocarlas una y otra vez.

Cuando más sumido me encontraba en mi lectura, noté como una sombra se posaba tras de mí, y con una conocida voz para mí decía:

¿Puedo sentarme con usted, caballero?

Aquella voz… ¡Si, era ella! ¡Sheila había vuelto!

Raudo me levanté, cediendo mi asiento a tan bella mujer, intentando al mismo tiempo mantener mi corazón dentro del pecho y mis sentimientos desbocados bien amarrados a éste.

¡Sheila, claro! Qué alegría me da verte. Toma asiento por favor. Y dime… ¿Cómo te va?, hace mucho que no te veo por aquí.

Soy una mujer muy ocupada Adrián. Viajo mucho al extranjero por negocios y paso largas temporadas fuera de aquí.

Pensaba que no volvería a verte.

Pues ya ves que si, ¿este mundo es un pañuelo verdad?

¡Y que lo digas!

A partir de aquel momento decidí que no podía, que no debía dejarla escapar...

lunes, 24 de marzo de 2014

Duelo con el destino

Miraba sobre mi hombro pensando que me observaba mientras hacía mis ejercicios matinales, imaginando que se hallaba apoyada en el quicio de la puerta, sonriendo, mirándome como se mira al bebé que duerme plácidamente en la cuna.

Seguía soñando despierto, creándome falsas esperanzas de ser amado por una persona que ni siquiera sabía de mi existencia, forzando mis pensamientos como si nuestros caminos se fuesen a cruzar.

Arrancada mi alma de mi cuerpo, dominaban mis deseos salvajes e indomables de tenerla a mi lado, y cerrando los ojos podía escuchar su tímida sonrisa en mi cabeza, ver su mano sobre mi hombro, y su cabeza apoyada en mi pecho. Deseos sin duda alguna truculentos para mí, tan dañinos e irreales que no dejaban mas deseo en mí, que el de perseguir un sueño platónico, inalcanzable.

Debido a mi draconiana filosofía de vida, me veía sumido en un infinito litigio entre la razón y el corazón, la lucha y la calma, el ser o no ser adaptado a la vida moderna.

Seguía durante horas mirando a la blanca pared, absorto en mi propio mundo, como un niño autista, donde ella tenía cabida y jugaba el rol protagonista. Construía mi mente tapias y muros, que conformaban vecindarios por donde ella había de pasar, casas, calles, e incluso ciudades.

Nada escapaba de mi creación, hasta que cualquier sonido turbaba mi estado semiinconsciente, y de igual forma que en segundos se creaba, también se derrumbaba, viniéndose abajo, dejando un panorama tan desolador como una ciudad recién bombardeada por los cazas enemigos.

Justo después de ese momento, girada mi cabeza, mis ojos se centran en el quicio de la puerta, mirando al vacío oscuro donde su figura debía aparecer, pero en su lugar, es la triste realidad la que se apodera de mi ser, fingiendo por un puñado de segundos que todo está perdido, profiriendo a mi corazón una angustia atormentada que lo hace encoger.

He aquí un hombre abatido por la incertidumbre del desamor, mirando al negro futuro, torturado por los recuerdos que no existieron jamás.

Cansado ya de arruinar mi vida desde el interior, sube por mi pecho un calor incontrolable, que va transformándose rápidamente en cólera contra mí mismo. ¿Dónde está mi valor?, ¿dónde está mi confianza y mis ganas de luchar?

Están dormidas junto a mi entereza, y ahora, consciente de ello, frunzo el ceño decidido a tomar nuevamente las riendas de mi vida, desafiando al destino, batiéndome en duelo con él, persiguiendo todos esos sueños que tantas veces he construido dentro de mí.

Sin embargo, mis manos blanden una cimitarra oxidada, y el destino, sabio de viejo, tramposo como un tahúr, sostiene pegado al hombro de su casaca, un mosquete lleno de plomo con mi nombre escrito en él.

¿Será este mi taciturno final? Debí despojarme entonces de todo miedo, dejando la mente en blanco, y confiriendo a mi huesuda persona un valor inimaginable hasta el momento, ya que hoy, aquí me hallo, suscribiendo estas líneas, mirando al quicio de la puerta donde, ahora sí, realmente está ella.


P.D: Nunca cejé en mi empeño, por muy dura e imposible que pareciese la victoria, no cedí ante el desaliento de mi derrota.

jueves, 27 de febrero de 2014

Otro amor pasará

Eres tú que me quitas la razón, eres tú que sonríes ante mis ojos, eres tú que arrancas de mis entrañas los más sinceros sentimientos. Soy yo el que pierde la razón, soy yo el que despierto sigue soñando con cruzarse en tu camino, soy yo...   ...al que tú conviertes en poeta con cada latido, al que tu das vida cual titiritero a sus muñecos.

Extraña sensación producida por las notas de un cello, que me transporta a tu lejanía, estando tan cerca, y tan lejos...

Mi vida se ve empequeñecida por tu ausencia, y aquí me hallo, recluido entre estas húmedas paredes de un calabozo llamado hogar, escribiendo a un amor que tal vez pase de largo, que tal vez no exista, y que hace temblar la llama de mi vida, casi extinta ya.

Acosado por mis miedos, corro sin cesar por la senda del amargo e incierto desamor, el cual no me deja respirar, y solo tú me insuflas el suficiente aliento para continuar corriendo.

El fin, no lo sé... La razón, tampoco... Solo sé que te necesito a mi lado, tan cerca de mí, que tu resplandor ilumine esta oscuridad en la que sumido me encuentro, y no padecer más en esta vida tan sinuosa, en esta vida tan larga, de la cual no veo el fin.


Acerca tu amor a mi corazón, que yo el mío ya te lo di...

viernes, 21 de febrero de 2014

Añorando el pasado

Los rayos del sol se ven desde mi ventana, estos se mezclan con las nubes blancas y grises, haciéndome imaginar que tiempo hace fuera y sonriendo al tiempo que recuerdo las vivencias de los últimos tiempos. Una gran amiga me presta sin esperarlo un cumplido, motivo suficiente para sonreír. Me gusta recordar la sonrisa de un amigo cuando te ve llegar, el abrazo de una persona querida, el ver como un niño agarra la mano de una anciana desconocida solamente para cruzar la calle. Adoro mi vida, porque está hecha de pedacitos de la gente que me rodea, de quien se comunica conmigo, o de quien simplemente me recuerda. Todos somos algo gracias a los demás, y nunca nos paramos a pensar, que si estuviéramos solos nos seríamos nadie. El mas ínfimo gesto hacia nuestras personas, nos hace grandes, y tengo a bien valorar hasta la más mínima mirada que me sea dedicada. Nunca dejéis pasar el más trivial de los detalles, porque estos son un puzzle que debéis armar, si queréis vivir en paz.