Un feliz hombre, de sonrisa feliz, caminaba por la
vida sin desear nada más que lo poco que tenía. Sus sentidos y una visión un
tanto extraña de la vida. Al igual que Peter Pan, sus sueños inundaban su ser,
sin dejarlo crecer.
Caminaba tan solo acompañado de una preciosa rosa
anclada en su solapa, pensando que en la humildad reside la felicidad, creyendo
que tenía todo cuanto podía necesitar en la ardua tarea de la vida... ...Hasta
que ante su vista se posó una esbelta silueta, de la cual sus ojos no podían
apartarse.
¿Que era aquello que consumía con tanto ahínco su
curiosidad?, ¿cómo podía ser que algo que no conocía le atrajese tanto? Debía
averiguarlo de inmediato para así volver a sonreír y proseguir su camino.
Sin más dilación, corrió hacia la oscura espesura
del bosque, donde se daba lugar tan inaudito acontecimiento, preguntándose a sí
mismo que sería lo que le depararía el destino. ¿Quizás sería un sentimiento
nuevo?, ¿o tal vez sería un grato recuerdo del pasado?.
La verdad era, que poco importaba qué hubiese allí,
ya que era totalmente feliz con lo poco que portaba... ...o eso pensaba él. A
pesar de no tener ningún interés, corrió y corrió, dejando tras él árboles
antropomorfos, y arbustos deformes con cierto parecido a animales salvajes.
A cada zancada, la frondosidad del bosque se hacía
más patente, y tenía la angustiosa sensación de que su objetivo se alejaba más
y más a cada momento. En cierta ocasión, un búho de ojos grandes y llamativos,
con el ceño fruncido, le salió al paso, y posándose en un rama cercana le
comentó entre susurros que huyese de allí tan rápido como pudiera.
-¡Aquí no se te ha perdido nada humano loco! ¡Huye
mientras puedas, o será mucho peor para ti!
Pero su testarudez y la curiosidad que sentía, eran
mucho más fuertes que su miedo, y el hombre, ya sin sonrisa en el rostro,
siguió corriendo, cegado por la ambición del saber, dejando en la estacada su
felicidad, pensando quizás, que cabía la remota posibilidad de ser aún más
feliz de lo que ya era.
La duda comenzó a invadir su corazón poco a poco,
sopesando si las palabras del búho tendrían más de sabio que de errado, y dio
muchas vueltas a sus propias respuestas, hasta llegar a la conclusión de que no
tenía nada que perder, y decidió apostarlo todo por lo que iba a encontrar en
aquel lúgubre paraje.
Sin ni siquiera darse cuenta, ante él apareció un
claro, donde se hallaba la silueta que durante tanto tiempo anduvo
persiguiendo, y solo entonces pudo cerciorarse de la verdadera forma que aquella
figura poseía.
Tenía forma de mujer pero, era casi totalmente
transparente, como si de un holograma se tratara, y bajo ésta, una roca
circular y plana a modo de peana, con un pequeño orificio en su centro, como si
hubiese sido perforada adrede.
La escurridiza figura que tanto había huido de él,
ahora no se movía. Parecía totalmente inerte, haciendo las veces de estatua
esculpida en roca. Se acercó temeroso y sigiloso, midiendo cada paso,
intentando no dar ninguno en falso. Todo aquello era tan extraño...
Intentó despertar a aquella imagen de su letargo
para obtener respuestas, activar su movimiento de alguna manera, darle vida
como una madre se la da a su primogénito, pero cualquier intento era en vano.
Primero probó a tocarla, pero sus manos atravesaban
aquel cuerpo como si del propio aire se tratara. Después trató de hablar con
ella, suplicándole y rogándole un inminente despertar, implorando al cielo
poder recuperar su feliz sonrisa. Nada funcionó. Exhausto y casi rendido ya por
completo, decidió sentarse al lado de la roca en forma de peana, dejando caer
su brazo derecho hasta quedar totalmente apoyado en la dura y fría piedra.
-Descansaré unos instantes aquí mismo, y volveré
para continuar mi senda de felicidad, la cual nunca tuve que abandonar.
Dormido quedó casi al instante el ahora infeliz
hombre, pero no pasó mucho tiempo hasta el despertar, pues comenzó a sentir que
algo le molestaba en la nariz. Poco a poco fue abriendo los ojos, percatándose
de que aquello que le molestaba, no era otra cosa sino la rosa que llevaba pegada
a la solapa de su chaqueta, pero estaba tan cansado, que decidió colocarla en
el orificio que la roca poseía.
Con la ternura que le caracterizaba cogió la rosa
con ambas manos, introduciendo su largo tallo en la veta de la piedra,
disponiéndose a cerrar los ojos y dar rienda suelta nuevamente a sus sueños,
cuando, de repente, la inmaterial figura comenzó a moverse.
Los ojos del hombre se abrieron como platos,
quedando estupefacto ante la realidad que ante él estaba teniendo lugar. Se
percató de que la rosa se fundía con la imagen, entregándole todo su color y su
calor, dando vida a tan inanimado personaje.
Un pequeño remolino de luces blancas parecidas a
luciérnagas giraban en torno a dicha figura, iluminando el entorno y sus
propias pupilas. ¡Por fin recibiría las tan ansiadas respuestas que persiguió!
Impaciente, esperó y esperó, hasta que lo que tenía
ante sus ojos, cobró vida por completo, pero antes de que pudiera decir nada,
la bella mujer en la que aquella rosa se había convertido profirió unas palabras.
-Nunca has caminado solo. Siempre me has llevado
contigo, en la solapa, justo al lado de tu corazón, sólo me debías despertar.
Atónito, el hombre entrelazó muy despacio sus dedos
con los de aquella mujer, con la cual emprendió su largo viaje, más feliz que
nunca por tener ahora la certeza de no caminar solo nunca más, y de que nunca se
puede dar por sentado que se es feliz hasta que no se encuentra un amor pulcro
y puro.
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