Y llegó el tan
ansiado fin de semana. Habíamos ido de viaje a la montaña, a una bonita cabaña,
sita justo en la falda de la montaña, rodeada de gigantescas secuoyas, y toda
hecha con madera de aquel mismo bosque. Por dentro era aún más bonita. Muebles
de cedro macizo, grandes cuadros presidiendo cada pared, el suelo totalmente
cubierto por alfombras que parecían sacadas del cuento de las mil y una noches,
y por supuesto, una chimenea labrada en piedra, con dos grandes puertas de
hierro fundido y cristal ignífugo.
Todo era perfecto
para nuestro fin de semana, así que lo primero que hice fue encender el fuego.
Pronto las llamas iluminaron todo el salón, aun que mi rostro solo era iluminado
por su tierna mirada. Hacía tiempo ya que habíamos decidido unir nuestras
vidas, empero, seguíamos igual de enamorados que al principio. Preparamos algo
rápido para cenar, y después de dicha cena nos tumbamos a los pies del fuego,
con un par de copas de buen vino y semidesnudos.
Eli estaba
cubierta hasta el pecho con una piel de oso que tomó a modo de palabra de
honor, y yo solo tenía los pantalones vaqueros puestos. Bebimos durante un buen
rato, hasta que el calor del fuego y del vino, convirtieron una noche romántica
sin más, en una noche sensualmente romántica. Comenzamos a besarnos, muy
despacio, como a cámara lenta, saboreando a cada segundo, el uno los labios del
otro. El ambiente se caldeaba y decidí comenzar a besar su cuello. La oía gemir
suavemente, disfrutaba de mis besos, y yo disfrutaba de su piel. Bajé mis labios
poco a poco hasta los hombros, y con una de mis manos aparté la piel de oso,
dejando completamente desnudo su torso.
Era bella,
sumamente bella, y era mi mujer, mi compañera, y mi amiga. Besé sus turgentes
pechos, tan suaves y aterciopelados, dejando temblar su piel al hacerlo. Notaba
como la temperatura de su cuerpo subía por momentos. De pronto, ella comenzó a
besar mi pecho, mis labios, mis ojos, mi rostro... Empezamos a fundirnos entre
caricias, besos, y carantoñas, haciendo el amor una noche más, expresando
nuestros sentimientos sin pronunciar una sola palabra, simplemente cruzando
miradas, sonidos, y actos.
Aquella noche nos
amamos bajo la magia del fuego y el olor a tierra mojada que pululaba en el
ambiente. Siempre nos amaremos dijo Eli; Siempre nos amaremos confirmé yo; Y
así, charlando abrazados junto al fuego, amaneció una vez más, pero esta vez, en
aquella cabaña perdida.
No hay comentarios:
Publicar un comentario