Ayer noche, entre el crujido
del techo y el violento silbar del viento golpeando los cristales de mi
ventanal, me introduje bajo las cálidas mantas que habrían de proporcionarme el
calor necesario para pasar tan fría noche. A la luz de un triste alambique me
dispuse a leer un cuento de un escritor bostoniano y depresivo, que de tan
sabia manera sabia plasmar los más oscuros y profundos sentimientos del ser
humano.
Una vez me hallé acurrucado
bajo el grueso pelaje de las mantas, comencé a leer aquellas páginas que tanto
tiempo anduvieron guardadas en un cajón. "El gato negro" rezaba el
encabezado del manuscrito, y sin más pensar, mis ojos recorrieron las líneas de
un lado a otro, sin prisa, pero sin pausa, ya que desde la primera palabra, me
sumí en una espiral de curiosidad desmesurada sin fin, de la cual me fue
imposible escapar hasta terminar dicho relato.
Mi deber como colega de
profesión no era otro sino el de conferir mi más sincera opinión al ya citado
escritor, con toda la responsabilidad que ello conllevaba, ya que Poe era un
hombre muy inestable, y habría de ir con mucho cuidado si no deseaba
exasperarle y llegar a tener una acalorada discusión con él.
Según mis ojos tragaban las
palabras, mi mente hacía un esfuerzo extra por asimilar y entender de donde
habría podido sacar tan aciago texto, si fue creación directa del whisky
ingerido unas horas antes de asir la pluma, o por el contrario, se encontraba
en sus cabales al dar forma a tan horrible y peculiar escrito. De lo que si
estaba totalmente seguro, era de que tal relato no se salía lo más mínimo de la
línea en la que mi querido amigo Edgar solía escribir, excepto por la suma
crueldad con que fue concebido.
Terminada la lectura, me di
cuenta de mi postura fetal entre las mantas, mi piel exudaba a chorros, y se
hallaba de un pálido que no era normal si no se padecía cólera o tifus. Quedé por unos instantes en
Shock, hasta que finalmente reaccioné y me senté en el borde del colchón. Ese
texto que acababa de leer era algo que no concebía mi mente, unas líneas tan
duras, tan crudas... ...tan sumamente atroces
que pensé que no sabría que poner en mi respuesta.
Anduve largo rato dando al
tema más de una vuelta, llegando a pensar si el realismo de aquella historia no
me haría andar envuelto en un asesinato real como cómplice y/o tal vez
encubridor. Tal era la dureza del texto que llegó a confundirme, y por ende el
pánico se apoderó de mi. Aún así, debía responder con prontitud si no quería
levantar sospechas sobre mis propias sospechas de si pasó en realidad o no.
Hice acopio de las pocas
fuerzas mentales que el relato me dejó, y postré mis posaderas en el taburete
que tenía frente al escritorio, seguidamente así la pluma, pasándola por el
tintero y, disponiéndome a empezar la carta me di cuenta del retemblar de mis
manos.
Aún debía tranquilizarme un
poco antes de empezar a escribir, de modo que decidí tomar alguna infusión que
encontrase por algún tarro perdida. Una vez tomada dicha infusión y encontrándome
ya algo más en condiciones de escribir, comencé a redactar dicho manuscrito.
«Querido amigo y compañero
de profesión Edgar:
Tu relato ha sido sin duda un tanto
sobrecogedor, a la par que fabuloso en mi opinión. Desde el momento en que
comencé a leerlo no hubo ni un solo momento en el que mis ojos pudieran
retirarse del papel ni para descansar, pero no estoy seguro de que esté a la
altura de "Manuscrito hallado en una botella", el cual te publicó el
periódico de Baltimore "Saturday Visiter" como bien recordarás.
A pesar de lo sobrecogedor
del relato, en mi opinión, no deberías demorarte en presentar el escrito a tu
periódico habitual y a tantos como puedas, ya que el realismo del que lo has
dotado es escalofriante, tanto que pienso que puede ser muy fuerte el shock
provocado en el lector, dando lugar al éxito total, o al fracaso más espantoso.
Claro, que esa decisión solo
depende de ti.
Esperando gratas noticias,
recibe un abrazo y un cordial saludo de tu gran amigo Jhon Steeler.»
La carta estaba
escrita y lacrada con el correspondiente sello, ahora faltaba saber si tendría
el valor suficiente para enviarla. Los días siguientes fueron una espiral de
dudas y reflexiones que culminaron en una decisión que semanas más tarde sabría
que fue la correcta.
Mandé la carta,
con cierto temblor en las manos, la reacción de mi colega Edgar era
prácticamente impredecible en casos tal delicados como era el de dar la opinión
propia sobre uno de sus relatos. Él daba mucha importancia a estas cosas.
Unas semanas
pasaron tras el envío de la carta hasta que recibí respuesta. En un primer
momento no me atreví a abrir el sobre, pero después de unos momentos, decidí
que no valía la pena dejarla cerrada y olvidada, pues tarde o temprano me
encontraría con él en alguna taberna, y lo que es peor, lo encontraría bebido,
y no me salía a cuenta enfrentarme a él en ese estado.
Abrí el sobre y
posteriormente la carta, descubriendo como con entusiasmo, Poe expresaba su
agradecimiento hacia mí por mis sinceras y delicadas palabras, y es que, la
conclusión que obtuve de todo esto fue, que más vale siempre ir con la verdad
por delante, sin tapujos cierto es, pero con delicadeza al expresarse para no
dañar al prójimo, y más aún si es alguien que nos importa.