Miraba sobre mi hombro pensando que me observaba
mientras hacía mis ejercicios matinales, imaginando que se hallaba apoyada en
el quicio de la puerta, sonriendo, mirándome como se mira al bebé que duerme
plácidamente en la cuna.
Seguía soñando despierto, creándome falsas
esperanzas de ser amado por una persona que ni siquiera sabía de mi existencia,
forzando mis pensamientos como si nuestros caminos se fuesen a cruzar.
Arrancada mi alma de mi cuerpo, dominaban mis deseos
salvajes e indomables de tenerla a mi lado, y cerrando los ojos podía escuchar su
tímida sonrisa en mi cabeza, ver su mano sobre mi hombro, y su cabeza apoyada
en mi pecho. Deseos sin duda alguna truculentos para mí, tan dañinos e irreales
que no dejaban mas deseo en mí, que el de perseguir un sueño platónico,
inalcanzable.
Debido a mi draconiana filosofía de vida, me veía
sumido en un infinito litigio entre la razón y el corazón, la lucha y la calma,
el ser o no ser adaptado a la vida moderna.
Seguía durante horas mirando a la blanca pared,
absorto en mi propio mundo, como un niño autista, donde ella tenía cabida y
jugaba el rol protagonista. Construía mi mente tapias y muros, que conformaban
vecindarios por donde ella había de pasar, casas, calles, e incluso ciudades.
Nada escapaba de mi creación, hasta que cualquier
sonido turbaba mi estado semiinconsciente, y de igual forma que en segundos se
creaba, también se derrumbaba, viniéndose abajo, dejando un panorama tan
desolador como una ciudad recién bombardeada por los cazas enemigos.
Justo después de ese momento, girada mi cabeza, mis
ojos se centran en el quicio de la puerta, mirando al vacío oscuro donde su
figura debía aparecer, pero en su lugar, es la triste realidad la que se
apodera de mi ser, fingiendo por un puñado de segundos que todo está perdido, profiriendo
a mi corazón una angustia atormentada que lo hace encoger.
He aquí un hombre abatido por la incertidumbre del
desamor, mirando al negro futuro, torturado por los recuerdos que no existieron
jamás.
Cansado ya de arruinar mi vida desde el interior,
sube por mi pecho un calor incontrolable, que va transformándose rápidamente en
cólera contra mí mismo. ¿Dónde está mi valor?, ¿dónde está mi confianza y mis
ganas de luchar?
Están dormidas junto a mi entereza, y ahora,
consciente de ello, frunzo el ceño decidido a tomar nuevamente las riendas de
mi vida, desafiando al destino, batiéndome en duelo con él, persiguiendo todos
esos sueños que tantas veces he construido dentro de mí.
Sin embargo, mis manos blanden una cimitarra oxidada,
y el destino, sabio de viejo, tramposo como un tahúr, sostiene pegado al hombro
de su casaca, un mosquete lleno de plomo con mi nombre escrito en él.
¿Será este mi taciturno final? Debí despojarme entonces
de todo miedo, dejando la mente en blanco, y confiriendo a mi huesuda persona
un valor inimaginable hasta el momento, ya que hoy, aquí me hallo, suscribiendo
estas líneas, mirando al quicio de la puerta donde, ahora sí, realmente está
ella.
P.D: Nunca cejé en mi empeño, por muy dura e
imposible que pareciese la victoria, no cedí ante el desaliento de mi derrota.