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miércoles, 17 de diciembre de 2014

Navidad 3.0

Caían los copos de nieve lentamente a través del cristal de la ventana del salón. Absorto, pegaba mi mejilla al frío cristal, y me dejaba llevar por la magia del bamboleo de aquellos puntitos blancos, que cobraban vida propia y susurraban a mi oído que ya había llegado la tan ansiada navidad.

Época favorita para muchos, donde todo era bello y mágico. Los villancicos sonaban por doquier, violines, trompetas, panderetas, cualquier sonido provocaba que la gente empezase a cantar «Los peces en el río» o «Navidad, dulce navidad». Todo era perfecto, las caras sonreían siempre, los corazones solo daban cariño al prójimo y yo... Yo disfrutaba de verdad en aquellos tiempos tan felices donde no quería que nada cambiase, pero como todo, terminó por cambiar.

Recuerdo la ilusión que me hacía montar el árbol con mi madre, siempre regañándome por hacer alguna trastada con los adornos, como jugar al fútbol dentro del salón con las brillantes esferas que a uno lo hipnotizaban, o volar la estrella con las manos como si de un cometa se tratase.

A media tarde, la casa se convertía en un hormiguero de gente preparando la cena. Los turrones iban de aquí para allá, el estofado comenzaba a expulsar su característico olor, las camas se cubrían de ropa intentando desvelar el mejor conjunto para llevar esa noche, y los más pequeños seguíamos ajenos a todo con cualquier juguete para ser entretenidos y no molestar a los mayores en tan ajetreada jornada, y cuando dábamos algo de guerra a algún mayor, nos daban un trocito de turrón y nos mandaban de vuelta a jugar.

El calor del hogar se hacía más patente cuando la casa estaba llena con familiares venidos de todos los rincones. Eran especiales esos días donde se respiraba la humildad, la ternura, y la magia de unos tiempos tan afables.

A veces, si había nevado lo suficiente, alguien me vestía con las ropas más gruesas que había visto jamás. Me cubrían todo el cuerpo, excepto un trocito de rostro para poder ver a mi alrededor. Más bien veía sólo al frente, ya que en mi visión periférica solo podía ver el pelo que rodeaba la capucha que llevaba puesta. Salíamos entonces a la calle, donde los vecinos me esperaban haciendo grandes bolas de nieve con destino a las chaquetas de los demás, o por el contrario tendrían el destino de construir un muñeco de nieve mayor que el de la calle de al lado.

Otro momento especial de la navidad, era cuando nos sentábamos a la mesa, repleta de entrantes que picotear, mientras los adultos tomaban alguna copa y los más pequeños refrescos de cola. La cena comenzaba, y con ella las risas, gracias, bromas, y demás menesteres típicos de tan señalada fecha. Poco después se servía el estofado que a duras penas entraba ya por el gaznate, aún así, la fiesta continuaba con tus seres queridos, y algún especial en la televisión. El paso siguiente consistía en comer doce uvas, gordas y relucientemente verde claro, casi tranparente. Una vez consumidas estallaban los gritos, las felicitaciones, el jolgorio y la algarabía, unidos a unas copas de sidra,  champan, o agua, dependiendo de la edad del consumidor.

Cuando ya había pasado el cénit de la fiesta, y la mesa estaba recogida, se servían algunos dulces y bebidas, para acompañar a los juegos de mesa que a continuación ocuparían el resto de la velada, hasta unas horas más tarde en que ésta terminara.

Mi inocencia no conocía límites, veía el mundo en una imagen congelada como en un fotograma de una película que da pie a su fin. Solo tenía que meterme en la cama y esperar el amanecer para recoger mis regalos situados bajo el abeto y que alguno de mis hermanos o hermanas mayores jugara conmigo todo el día, sin más preocupación que la de hacer que la jornada no terminara, y así pasaban los días hasta la tan temida vuelta al cole.

Pero los caprichos de lineal tiempo hacen que los años pasen, y no en balde, te hacen crecer, comprender las cosas que con tanta magia veías de pequeño, y los tiempo se vuelven grises y tristes cuando alguien falta a la mesa. Las ilusiones hace tiempo desaparecieron, y cuando se sonríe, no se hace con la misma sinceridad con la que se hacía antaño. Algo dentro de tu corazón se ha roto, un pedacito de ti está en paradero desconocido y no sabes cómo volver a encajarlo en su sitio.

Las nuevas generaciones están aquí, consiguiendo que tu ilusión vuelva a crecer, aún a sabiendas de que ya nada volverá a ser igual. Las grandes empresas bombardean los medios con publicidad abusiva fomentando el consumismo, la mayoría de la gente ha perdido la visión del amor en el prójimo y ve sólo su propio interés. Las reuniones familiares ya no se viven con la misma intensidad, ya no nieva como antes, los copos caen con prisa y de un color gris que deja clara la presencia de la polución.

Se respira falsedad por doquier, el egoísmo se ha abierto camino hacia nuestros corazones, y lo que en un principio era una fiesta entrañable, se ha convertido en algo sórdido y mezquino, pero aquí estoy yo, sacando sentires, pasiones y recuerdos de mi corazón, intentando ver las cosas de otra manera, para que tú, que estás ahí, al otro lado de estas líneas, vuelvas a ver la navidad como la fiesta familiar que siempre fue, recordándote el cariño que has de dar, porque será la forma en que volverá a ti.

No podemos cambiar el pasado, pero si podemos construir un futuro igual de mágico que fue el pasado, viviendo con ilusión cada instante, disfrutando de los familiares y amigos que nos rodean, dando paso a las nuevas generaciones para que sigan construyendo nuestro mundo.

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