Los
gorriones silbaban sus canticos al calor del comienzo del verano, la gente se
apelotonaba en las terrazas de los bares pidiendo una cerveza más.
Una
chica morena pasó a mi lado, contoneando sensualmente sus caderas, esbozando
una leve sonrisa, junto a una caída de ojos que cautivó mis sentidos.
En un
delicado movimiento apartó un mechón de cabello de su bello rostro, iluminando
con sus castaños ojos claros cada paso dado, por unas largas y bien definidas
piernas terminadas en diez centímetros de tacón.
Mi
cabeza comenzó a girar al tempo del sonido de sus tacones, la respiración
agitada aumentó mi libidinosa imaginación, dando paso a eróticos sueños
concentrados en un perfume embriagador e inconfundible.
¿Me
conformaría una vez más sin decir nada?, ¿Volvería a dejar pasar nuevamente una
oportunidad así?
Súbitamente,
sin pensarlo, levanté todo el peso de mi cuerpo de la metálica silla de jardín
donde me hallaba sentado.
Corrí
unos pasos para darle alcance, y posando suavemente mi mano sobre su hombro
logré girarla y llamar su atención ya perdida unos pasos más atrás.
¿Puedo
invitarla a un café señorita? Conseguí esgrimir entre tartamudeos espasmódicos
e inseguridades sociales.
Ella
sonrió, miró hacia arriba por un momento, pensativa… …Y me obsequió con uno de
los mejores regalos que en ese instante podía proporcionarme:
Su aterciopelada y firme voz, con gran acento extranjero resonó en mi cabeza con
un estruendoso: ¡Claro!, Podría ser divertido.
Retrocedimos
entonces los metros que nos separaban de la terraza donde tranquilamente me
hallaba hasta percatarme de su presencia momentos antes.
Retiré
una silla, cediéndole mi propio asiento, como todo buen caballero, y el
siguiente puñado de horas se esfumó, se desvaneció en el aire como si el tiempo
se hubiera detenido, como si no existiera nada más que nosotros dos en un
espacio infinito.
Rompimos
el hielo rápidamente. Un abanico bastante amplio de temas que fuimos
recorriendo nos permitió capturar, el uno la esencia del otro. Su acento
pronunciado, me fascinaba más y más a cada momento.
Cuando
quisimos darnos cuenta, ya había anochecido.
Es muy
tarde, y aún me quedan cosas que hacer, musitó Sheila.
Llegó
la hora de la despedida, pero ninguno de los dos quería marcharse. Tuvimos que
hacer un poder por levantarnos, y otro aún mayor por despedirnos.
¿Te
volveré a ver? Resbalaron las palabras entre mis labios.
Posiblemente
Adrián, posiblemente…
Pasaron
los días, yo no paraba de repetir esas palabras en mi mente, como si con ello
pudiera conseguir materializarla ante mí, pero no fue así.
Con el
tiempo logré olvidar a esa fantástica mujer que me hizo soñar con ella noche
tras noche.
Aquella
tarde, meses después, tomaba una gran taza de café, sumido en la lectura de mi
diario favorito, mientras me cobijaba a la sombra de una gran palmera
artificial.
El
café humeaba, las páginas del diario bailaban al son del viento haciendo
difícil la lectura, y mis gafas se resbalaban a cada momento, obligándome a
recolocarlas una y otra vez.
Cuando
más sumido me encontraba en mi lectura, noté como una sombra se posaba tras de
mí, y con una conocida voz para mí decía:
¿Puedo
sentarme con usted, caballero?
Aquella
voz… ¡Si, era ella! ¡Sheila había vuelto!
Raudo
me levanté, cediendo mi asiento a tan bella mujer, intentando al mismo tiempo
mantener mi corazón dentro del pecho y mis sentimientos desbocados bien
amarrados a éste.
¡Sheila,
claro! Qué alegría me da verte. Toma asiento por favor. Y dime… ¿Cómo te va?,
hace mucho que no te veo por aquí.
Soy
una mujer muy ocupada Adrián. Viajo mucho al extranjero por negocios y paso
largas temporadas fuera de aquí.
Pensaba
que no volvería a verte.
Pues
ya ves que si, ¿este mundo es un pañuelo verdad?
¡Y que
lo digas!
A
partir de aquel momento decidí que no podía, que no debía dejarla escapar...