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lunes, 12 de mayo de 2014

El canto de los gorriones

Los gorriones silbaban sus canticos al calor del comienzo del verano, la gente se apelotonaba en las terrazas de los bares pidiendo una cerveza más.

Una chica morena pasó a mi lado, contoneando sensualmente sus caderas, esbozando una leve sonrisa, junto a una caída de ojos que cautivó mis sentidos.

En un delicado movimiento apartó un mechón de cabello de su bello rostro, iluminando con sus castaños ojos claros cada paso dado, por unas largas y bien definidas piernas terminadas en diez centímetros de tacón.

Mi cabeza comenzó a girar al tempo del sonido de sus tacones, la respiración agitada aumentó mi libidinosa imaginación, dando paso a eróticos sueños concentrados en un perfume embriagador e inconfundible.

¿Me conformaría una vez más sin decir nada?, ¿Volvería a dejar pasar nuevamente una oportunidad así?

Súbitamente, sin pensarlo, levanté todo el peso de mi cuerpo de la metálica silla de jardín donde me hallaba sentado.

Corrí unos pasos para darle alcance, y posando suavemente mi mano sobre su hombro logré girarla y llamar su atención ya perdida unos pasos más atrás.

¿Puedo invitarla a un café señorita? Conseguí esgrimir entre tartamudeos espasmódicos e inseguridades sociales.

Ella sonrió, miró hacia arriba por un momento, pensativa… …Y me obsequió con uno de los mejores regalos que en ese instante podía proporcionarme:

Su aterciopelada y firme voz, con gran acento extranjero resonó en mi cabeza con un estruendoso: ¡Claro!, Podría ser divertido.

Retrocedimos entonces los metros que nos separaban de la terraza donde tranquilamente me hallaba hasta percatarme de su presencia momentos antes.

Retiré una silla, cediéndole mi propio asiento, como todo buen caballero, y el siguiente puñado de horas se esfumó, se desvaneció en el aire como si el tiempo se hubiera detenido, como si no existiera nada más que nosotros dos en un espacio infinito.

Rompimos el hielo rápidamente. Un abanico bastante amplio de temas que fuimos recorriendo nos permitió capturar, el uno la esencia del otro. Su acento pronunciado, me fascinaba más y más a cada momento.

Cuando quisimos darnos cuenta, ya había anochecido.

Es muy tarde, y aún me quedan cosas que hacer, musitó Sheila.

Llegó la hora de la despedida, pero ninguno de los dos quería marcharse. Tuvimos que hacer un poder por levantarnos, y otro aún mayor por despedirnos.

¿Te volveré a ver? Resbalaron las palabras entre mis labios.

Posiblemente Adrián, posiblemente…

Pasaron los días, yo no paraba de repetir esas palabras en mi mente, como si con ello pudiera conseguir materializarla ante mí, pero no fue así.

Con el tiempo logré olvidar a esa fantástica mujer que me hizo soñar con ella noche tras noche.

Aquella tarde, meses después, tomaba una gran taza de café, sumido en la lectura de mi diario favorito, mientras me cobijaba a la sombra de una gran palmera artificial.

El café humeaba, las páginas del diario bailaban al son del viento haciendo difícil la lectura, y mis gafas se resbalaban a cada momento, obligándome a recolocarlas una y otra vez.

Cuando más sumido me encontraba en mi lectura, noté como una sombra se posaba tras de mí, y con una conocida voz para mí decía:

¿Puedo sentarme con usted, caballero?

Aquella voz… ¡Si, era ella! ¡Sheila había vuelto!

Raudo me levanté, cediendo mi asiento a tan bella mujer, intentando al mismo tiempo mantener mi corazón dentro del pecho y mis sentimientos desbocados bien amarrados a éste.

¡Sheila, claro! Qué alegría me da verte. Toma asiento por favor. Y dime… ¿Cómo te va?, hace mucho que no te veo por aquí.

Soy una mujer muy ocupada Adrián. Viajo mucho al extranjero por negocios y paso largas temporadas fuera de aquí.

Pensaba que no volvería a verte.

Pues ya ves que si, ¿este mundo es un pañuelo verdad?

¡Y que lo digas!

A partir de aquel momento decidí que no podía, que no debía dejarla escapar...