El tañer de
las campanas anunciaba el lento caminar de un lúgubre vehículo funerario,
seguido de un séquito de mujeres que más que familiares del difunto, parecían
plañideras impagadas, llorando más a un sueldo inexistente que al propio
muerto.
Con paso lento,
pero firme, anduve tras aquel carruaje largo rato, intentando explicarme a mi
mismo como había podido llegar a esa situación, sin ni si quiera conocer al
difunto.
Mi alma
lloraba en silencio, mientras mi sonrisa no dejaba ver lo que el fondo del pozo
ocultaba. Aquella no era más que la primera de una consecución de muertes, de
las cuales yo era consciente.
No deseaba
estar allí, no deseaba que aquello sucediera, pero vosotros lo quisisteis así,
a pulso os lo ganasteis y así vuestro destino fue sellado.
Ya en el
interior de la catedral, el retumbar de la voz del capellán se hacía eco en las
arqueadas cúpulas que presidian lo más alto de la construcción.
Las gentes que
ocupaban los primeros bancos de la basílica, susurraban rezos casi inaudibles,
mientras los de más atrás movían los labios solo fingiendo rezar a un Dios
totalmente desconocido para ellos. Yo, desde mi
posición de observador, me limitaba a estudiar la ignorancia de la gente.
¿Como
se comportan los humanos cuando no saben lo que se les viene encima? Cuantas
lágrimas y lamentos por un solo difunto, tan insignificante como un grano de
arena en un inmenso desierto, un envase frío y yermo, pulcro en su haber, pero
vacío al fin y al cabo.
Mil almas
descarriadas hoy, un millón mañana… La cuenta no para de sumar candidatos. La
corrupción se ceba con cada uno de ellos, y poco a poco el apocalipsis va
llegando inexorablemente.
En ese
momento me sentí poderoso, como si fuera un Dios, cuando simplemente era un
mensajero. Mensajero del caos, de la destrucción que ellos mismos habían
provocado, pero mensajero al fin y al cabo.
A partir del
día siguiente las órdenes que recibí empezarían a cumplirse en forma de
profecías, y ya no habría vuelta atrás, no habría lugar donde esconderse, ni
tiempo a redimir los pecados que ya fueron cometidos. ¿Por qué no se arrepiente
uno antes de cometer dichos pecados, y no después?
Al día
siguiente, cuando el sol estaba en lo mas alto, y sin que nadie se percatara en
los primeros momentos, éste empezó a pintar una luz roja, casi incandescente,
calentando el planeta por momentos, haciendo sudar e incluso desvanecerse a mas
de uno.
Las campanas
de las iglesias empezaban a replicar una llamada de socorro en favor de los
desfavorecidos. Llamaban a los que anduvieran por la calle, ofreciendo cobijo,
alimentos y cualquier tipo de ayuda.
Demasiado
tarde se dieron cuenta de que no había solución. Los rayos del sol no solo
penetraban en la piel, también se colaban en los pulmones, calentando el aire
que respiraban, y a su vez las entrañas de todo aquel que se hacía llamar ser
vivo.
Como por
arte de magia, las combustiones espontáneas comenzaban a quemar papeles, a
arrugar bolsas de plástico y a derretir materiales débiles.
El principio
del fin había llegado. Políticos corruptos, empresarios avaros que manipulan a
la gente para conseguir más dinero, delincuentes de guante blanco, ladrones de
poca monta, violadores, asesinos en serie, infieles a sus mujeres, fulanas de
esquina y de tarjeta. Mire donde mire, hay un alma perdida y descarriada.
Solo soy un
mandado y muy a mi pesar, tengo que cumplir con mi cometido, un cometido que
las mismas personar han provocado.
La humanidad
llegará a su fin, porque no habéis sabido cuidar y mantener el paraíso que se
os ha otorgado.
La agonía
será larga y las campanas comienzan a tañer por última vez…