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lunes, 1 de junio de 2015

Todos los días, a todas horas, toda la vida

Un feliz hombre, de sonrisa feliz, caminaba por la vida sin desear nada más que lo poco que tenía. Sus sentidos y una visión un tanto extraña de la vida. Al igual que Peter Pan, sus sueños inundaban su ser, sin dejarlo crecer.

Caminaba tan solo acompañado de una preciosa rosa anclada en su solapa, pensando que en la humildad reside la felicidad, creyendo que tenía todo cuanto podía necesitar en la ardua tarea de la vida... ...Hasta que ante su vista se posó una esbelta silueta, de la cual sus ojos no podían apartarse.

¿Que era aquello que consumía con tanto ahínco su curiosidad?, ¿cómo podía ser que algo que no conocía le atrajese tanto? Debía averiguarlo de inmediato para así volver a sonreír y proseguir su camino.

Sin más dilación, corrió hacia la oscura espesura del bosque, donde se daba lugar tan inaudito acontecimiento, preguntándose a sí mismo que sería lo que le depararía el destino. ¿Quizás sería un sentimiento nuevo?, ¿o tal vez sería un grato recuerdo del pasado?.

La verdad era, que poco importaba qué hubiese allí, ya que era totalmente feliz con lo poco que portaba... ...o eso pensaba él. A pesar de no tener ningún interés, corrió y corrió, dejando tras él árboles antropomorfos, y arbustos deformes con cierto parecido a animales salvajes.

A cada zancada, la frondosidad del bosque se hacía más patente, y tenía la angustiosa sensación de que su objetivo se alejaba más y más a cada momento. En cierta ocasión, un búho de ojos grandes y llamativos, con el ceño fruncido, le salió al paso, y posándose en un rama cercana le comentó entre susurros que huyese de allí tan rápido como pudiera.

-¡Aquí no se te ha perdido nada humano loco! ¡Huye mientras puedas, o será mucho peor para ti!

Pero su testarudez y la curiosidad que sentía, eran mucho más fuertes que su miedo, y el hombre, ya sin sonrisa en el rostro, siguió corriendo, cegado por la ambición del saber, dejando en la estacada su felicidad, pensando quizás, que cabía la remota posibilidad de ser aún más feliz de lo que ya era.

La duda comenzó a invadir su corazón poco a poco, sopesando si las palabras del búho tendrían más de sabio que de errado, y dio muchas vueltas a sus propias respuestas, hasta llegar a la conclusión de que no tenía nada que perder, y decidió apostarlo todo por lo que iba a encontrar en aquel lúgubre paraje.

Sin ni siquiera darse cuenta, ante él apareció un claro, donde se hallaba la silueta que durante tanto tiempo anduvo persiguiendo, y solo entonces pudo cerciorarse de la verdadera forma que aquella figura poseía.

Tenía forma de mujer pero, era casi totalmente transparente, como si de un holograma se tratara, y bajo ésta, una roca circular y plana a modo de peana, con un pequeño orificio en su centro, como si hubiese sido perforada adrede.

La escurridiza figura que tanto había huido de él, ahora no se movía. Parecía totalmente inerte, haciendo las veces de estatua esculpida en roca. Se acercó temeroso y sigiloso, midiendo cada paso, intentando no dar ninguno en falso. Todo aquello era tan extraño...

Intentó despertar a aquella imagen de su letargo para obtener respuestas, activar su movimiento de alguna manera, darle vida como una madre se la da a su primogénito, pero cualquier intento era en vano.

Primero probó a tocarla, pero sus manos atravesaban aquel cuerpo como si del propio aire se tratara. Después trató de hablar con ella, suplicándole y rogándole un inminente despertar, implorando al cielo poder recuperar su feliz sonrisa. Nada funcionó. Exhausto y casi rendido ya por completo, decidió sentarse al lado de la roca en forma de peana, dejando caer su brazo derecho hasta quedar totalmente apoyado en la dura y fría piedra.

-Descansaré unos instantes aquí mismo, y volveré para continuar mi senda de felicidad, la cual nunca tuve que abandonar.

Dormido quedó casi al instante el ahora infeliz hombre, pero no pasó mucho tiempo hasta el despertar, pues comenzó a sentir que algo le molestaba en la nariz. Poco a poco fue abriendo los ojos, percatándose de que aquello que le molestaba, no era otra cosa sino la rosa que llevaba pegada a la solapa de su chaqueta, pero estaba tan cansado, que decidió colocarla en el orificio que la roca poseía.

Con la ternura que le caracterizaba cogió la rosa con ambas manos, introduciendo su largo tallo en la veta de la piedra, disponiéndose a cerrar los ojos y dar rienda suelta nuevamente a sus sueños, cuando, de repente, la inmaterial figura comenzó a moverse.

Los ojos del hombre se abrieron como platos, quedando estupefacto ante la realidad que ante él estaba teniendo lugar. Se percató de que la rosa se fundía con la imagen, entregándole todo su color y su calor, dando vida a tan inanimado personaje.

Un pequeño remolino de luces blancas parecidas a luciérnagas giraban en torno a dicha figura, iluminando el entorno y sus propias pupilas. ¡Por fin recibiría las tan ansiadas respuestas que persiguió!

Impaciente, esperó y esperó, hasta que lo que tenía ante sus ojos, cobró vida por completo, pero antes de que pudiera decir nada, la bella mujer en la que aquella rosa se había convertido profirió unas palabras.

-Nunca has caminado solo. Siempre me has llevado contigo, en la solapa, justo al lado de tu corazón, sólo me debías despertar.


Atónito, el hombre entrelazó muy despacio sus dedos con los de aquella mujer, con la cual emprendió su largo viaje, más feliz que nunca por tener ahora la certeza de no caminar solo nunca más, y de que nunca se puede dar por sentado que se es feliz hasta que no se encuentra un amor pulcro y puro.


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