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martes, 19 de agosto de 2014

Odisea instrumental


E
n mis ojos lucía aquella tenue luz que hacía sospechar a quien me conocía lo que sentía por aquella chica.

Esporádicamente mi corazón latía a un ritmo salvaje, pues no siempre conseguía reunir el valor suficiente para salir de casa e ir en su busca.

Ansiaba aquel momento en que sus labios pronunciaran mi nombre, haciéndome levantar de mi asiento, subir la mirada y cruzarme con el destello de sus ojos y la inmensa blancura de su sonrisa.

Por fin llegaba el día en que la vería, salí caminando lentamente de casa, sin prisas por llegar, pero ansioso por verla en un mágico momento que solo sucedía en mi mente.

Ya en el umbral, llamé a la puerta. Un sonido característico acompañó a la energía que impulsó la puerta al abrirse… Y entré…

Con un alegre “Buenos días” me recibió la recepcionista, pero no era mi recepcionista, no era quien yo quería ver. En un momento todo mi mundo se vino abajo, ya no tenía la luz de su mirada para guiarme, no tenía su brillante sonrisa para disfrutarla, ni el dulce tono de su voz para sosegar los bravos latidos de mi corazón.

Mi mente no aceptaba ese cambio inesperado, me sentía mal, estaba intranquilo, las piernas me temblaban, los dientes rechinaban dentro de mi boca, mis ojos miraban al frente sin ver nada más que la imagen que yo quería ver… La suya…

A punto estuve de levantarme e irme, ya que me hallaba en una espiral inconsciente de sentimientos enfrentados. Estaba allí por voluntad propia, por sanación más que nada, pero eso me daba igual, solo quería verla, saborear su grácil voz en un agradable festín de sentidos que recorrerían todo mi cuerpo, erizando el bello de mis brazos hasta límites insospechados.

En ese momento escuché un leve arrastrar de pies, y levantando mi cabeza súbitamente, pude comprobar que Lucia se hallaba saliendo de uno de los despachos.

Mis ojos volvieron a brillar, mi corazón más que nunca latía al frenético ritmo de un son de tambores africanos, fue entonces cuando me di cuenta de la suerte que tenía de contar con su presencia.

Nuevamente deleitó los más profundos deseos de mi mente con su voz. Acercándose a mí en la más estricta relación comercial de la que hacía gala.

Caminaba lentamente hacia aquella fría habitación, pintada de un azul de Prusia en un fallido intento de alegrar un mal trago. Yo me limitaba a escucharla y de reojo mirarla, para que intencionadamente nuestras miradas se cruzaran y saltase esa chispa que da la vida.

Una nueva batalla, una nueva derrota. Como al cordero que han mandado degollar me abandona en la puerta de aquel angosto lugar, y yo no puedo más que sonreír y tumbarme en el potro de tortura que durante los próximos minutos será mi desaliento y agonía.

Después de un largo rato (más de lo esperado, como casi siempre) me dejaron despegarme que aquel aparato infernal lleno de cables, trozos puntiagudos de metal, brazos robóticos y demás artilugios que tantos lloros han provocado a los infantes, y no tan infantes.

Caminé nuevamente por el gélido y minimalista pasillo, esta vez en dirección contraria, hacia el mostrador de recepción, esperando una nueva oportunidad de verla, ya que ahora no podría hacer mucho más con aquellos algodones dentro de la boca, símbolo inequívoco de una poco menos que dolorosa extracción.


Una vez llegado al destino, con mi mano derecha colocada sobre el moflete, me limité a recoger el pedazo de cartón rectangular en el que iba escrito la fecha de mi próxima oportunidad de hablar con ella. ¿Habría de esperar dos meses aún para el amor?

domingo, 3 de agosto de 2014

Nuestra tierra

Tan grande, tan inmensa... ...y al tiempo tan pequeña se transforma gracias al egoísmo humano.

Tenemos muchísimo espacio donde vivir, pero preferimos apelotonarnos en un minúsculo trozo de tierra, y matarnos por ella.

Qué lástima damos la raza humana, tan sabia e inteligente que en un "pis pas"  montamos guerras frías, solucionamos crisis mundiales a golpe de vaso en la barra de cualquier bar, y sobre todo, sabemos más que nadie en cuanto aprendemos a sumar dos y dos sin que nos salgan decimales.

En cien años se acabarán nuestras penas, pero seguirán las de nuestros hijos y nuestros nietos, y yo me pregunto:
¿De verdad que no vale la pena luchar por ser mejor persona y dejar un mejor legado para nuestra futura estirpe?
No creo que la solución sea destrozarlo todo y que los que vengan que se apañen como puedan.

A diario veo las noticias, las cuales no cambian en absoluto, no pasan de asesinatos en masa, robos a gran escala, y una (cada vez más en aumento) oleada de desastres naturales debidos seguramente al calentamiento global, y mis ojos aguados apenan a mi corazón al ver tanta destrucción.

Y es que poco a poco, la desolación nos está ganando terreno, a pesar de las nuevas tecnologías, que supuestamente nos facilitan la vida, cuando lo único que están haciendo en individualizar al ser humano, sumiéndonos en un pozo de oscura amargura de la que es muy difícil salir.

Estamos confundidos cuando la llamamos "Nuestra tierra", porque no es nuestra, nosotros pertenecemos a ella, y en todo caso somos nosotros los que estamos a su servicio, pero una vez más volvemos al egoísmo humano, haciendo que todo nuestro entorno (incluido el aire) pase a ser automáticamente nuestro.

Así pues, supongo que a lo que llamamos cadena evolutiva, simplemente es un error de la evolución al dotarnos de un supuesto cerebro inteligente, ya que lo que hemos hecho sólo ha sido involucionar.

Deberíamos dejar de preocuparnos tanto por los bienes materiales y demás trivialidades que nos hacen perder la cabeza, y no nos dejan ver más allá de nuestras propias narices.