Traductor

domingo, 3 de marzo de 2013

El tañer de las campanas


El tañer de las campanas anunciaba el lento caminar de un lúgubre vehículo funerario, seguido de un séquito de mujeres que más que familiares del difunto, parecían plañideras impagadas, llorando más a un sueldo inexistente que al propio muerto.

Con paso lento, pero firme, anduve tras aquel carruaje largo rato, intentando explicarme a mi mismo como había podido llegar a esa situación, sin ni si quiera conocer al difunto.

Mi alma lloraba en silencio, mientras mi sonrisa no dejaba ver lo que el fondo del pozo ocultaba. Aquella no era más que la primera de una consecución de muertes, de las cuales yo era consciente.

No deseaba estar allí, no deseaba que aquello sucediera, pero vosotros lo quisisteis así, a pulso os lo ganasteis y así vuestro destino fue sellado.

Ya en el interior de la catedral, el retumbar de la voz del capellán se hacía eco en las arqueadas cúpulas que presidian lo más alto de la construcción. 

Las gentes que ocupaban los primeros bancos de la basílica, susurraban rezos casi inaudibles, mientras los de más atrás movían los labios solo fingiendo rezar a un Dios totalmente desconocido para ellos. Yo, desde mi posición de observador, me limitaba a estudiar la ignorancia de la gente. 

¿Como se comportan los humanos cuando no saben lo que se les viene encima? Cuantas lágrimas y lamentos por un solo difunto, tan insignificante como un grano de arena en un inmenso desierto, un envase frío y yermo, pulcro en su haber, pero vacío al fin y al cabo.

Mil almas descarriadas hoy, un millón mañana… La cuenta no para de sumar candidatos. La corrupción se ceba con cada uno de ellos, y poco a poco el apocalipsis va llegando inexorablemente.

En ese momento me sentí poderoso, como si fuera un Dios, cuando simplemente era un mensajero. Mensajero del caos, de la destrucción que ellos mismos habían provocado, pero mensajero al fin y al cabo.

A partir del día siguiente las órdenes que recibí empezarían a cumplirse en forma de profecías, y ya no habría vuelta atrás, no habría lugar donde esconderse, ni tiempo a redimir los pecados que ya fueron cometidos. ¿Por qué no se arrepiente uno antes de cometer dichos pecados, y no después?

Al día siguiente, cuando el sol estaba en lo mas alto, y sin que nadie se percatara en los primeros momentos, éste empezó a pintar una luz roja, casi incandescente, calentando el planeta por momentos, haciendo sudar e incluso desvanecerse a mas de uno.

Las campanas de las iglesias empezaban a replicar una llamada de socorro en favor de los desfavorecidos. Llamaban a los que anduvieran por la calle, ofreciendo cobijo, alimentos y cualquier tipo de ayuda.

Demasiado tarde se dieron cuenta de que no había solución. Los rayos del sol no solo penetraban en la piel, también se colaban en los pulmones, calentando el aire que respiraban, y a su vez las entrañas de todo aquel que se hacía llamar ser vivo.

Como por arte de magia, las combustiones espontáneas comenzaban a quemar papeles, a arrugar bolsas de plástico y a derretir materiales débiles.

El principio del fin había llegado. Políticos corruptos, empresarios avaros que manipulan a la gente para conseguir más dinero, delincuentes de guante blanco, ladrones de poca monta, violadores, asesinos en serie, infieles a sus mujeres, fulanas de esquina y de tarjeta. Mire donde mire, hay un alma perdida y descarriada.

Solo soy un mandado y muy a mi pesar, tengo que cumplir con mi cometido, un cometido que las mismas personar han provocado.
La humanidad llegará a su fin, porque no habéis sabido cuidar y mantener el paraíso que se os ha otorgado.

La agonía será larga y las campanas comienzan a tañer por última vez…